CARLOS HUE. Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Educación.
El Instituto Nacional de Estadística, en su estudio más reciente correspondiente al año 2020, señala que en Aragón había 73.200 personas mayores de 65 años que vivían solas, de las que 47.400 eran mujeres y 25.800 hombres. La realidad social es que, cada año que pasa, más personas de todas las edades viven solas y, no por ello, manifiestan una soledad no deseada. No obstante, en el último año, el número de hogares en los que vive una sola persona se ha incrementado en un 12,62%, pues a principios de 2019 eran 65.000. Por otra parte, según un estudio realizado por el IASS en 2022, la soledad residencial aumenta con la edad de los mayores y pasa de 12% de 65 a 70 años hasta el 41,1% de aquellos que tienen más de 85 años. Sin embargo, como hemos señalado, no podemos identificar la soledad residencial con la soledad no deseada, aunque el Observatorio Aragonés de la Soledad (OAS), creado por El Justicia de Aragón y el Gobierno de Aragón indica que, si bien no se dispone de datos precisos sobre la incidencia de la soledad no deseada en Aragón, estos datos sugieren que es un problema relevante en la Comunidad Autónoma, especialmente entre las personas mayores.
La soledad no deseada es un sentimiento no agradable que nace de la percepción de no ser tenido en cuenta por los demás y, en la mayor parte de los casos, vivir solos. La soledad no deseada es mayor en las personas mayores. La soledad no deseada tiene una doble afección: de una parte, psicológica, ya que las personas solas suelen desarrollar sentimientos de impotencia, baja autoestima, ansiedad, angustia a veces, impotencia, desesperación e incluso, rabia, rencor con las personas que piensa tendrían que atenderlo; y, de otra parte, físicas, ya que estas personas suelen cursar con mayor número de enfermedades debido a una bajada de las defensas del sistema inmune, así como, en ocasiones, depresión y ganas de morir.
Podemos hablar de dos tipos de causas, también. Entre las causas externas encontramos hoy el paso de una sociedad agrícola, rural y que vivía mayoritariamente en pueblos, en la que en la misma casa habitaban casi siempre tres generaciones con muchos niños, a una sociedad de industria o servicios, concentrada y enclavada en ciudades, en la que cada vez más viven personas solas o familias muy cortas que sus miembros casi no conviven más que a la hora de dormir. Entre las causas internas tenemos la falta de una educación para el encuentro, para la participación para establecer relaciones sociales positivas que se manifiesta en la casi desaparición del vecindario como elemento de cohesión social y de protección frente a la soledad. Cada vez son más frecuentes las muertes de personas solas en su domicilio que son encontradas por vecinos o la policía pasados unos días.
La solución solo puede pasar por la educación en convivencia, esto es, enseñando desde muy pequeños a “ligar”, a establecer relaciones positivas con los más próximos, familia, amigos, compañeros, y con los no tan próximos, como vecinos y otro tipo de desconocidos. Esto a largo plazo. Pero, a corto plazo sugiero campañas institucionales para recuperar el vecindario; aquel vecindario de puertas abiertas y una economía social de trueque, esto es, lo que hoy se denomina “cadena de favores” o “bancos de tiempo”. Todo ello, potenciado desde los ayuntamientos, comarcas, diputaciones y Gobierno de Aragón a través de “educadores de barrio”, educadores sociales contratados por las administraciones y que serían los encargados de dinamizar las relaciones internas en los barrios, en las calles y en los bloques de viviendas. Solo de este modo conseguiríamos una convivencia deseada.